Restos del ingenio San Javier (Torrox). Fotografía del autor |
La caña de azúcar se cultivó en la península ibérica desde la Edad Media, tras su introducción por los árabes en aquellas zonas de al-Andalus cuyas condiciones climáticas y edafológicas lo permitieron; una de ellas fue la actual comarca malagueña de la Axarquía, que llegaría a poseer seis de cada diez instalaciones azucareras de la provincia de Málaga. Aunque la gran expansión de este cultivo y la proliferación de ingenios para la fabricación del azúcar como alternativa al moral y a la producción de seda tuvo lugar a partir de la década de 1570, tras la rebelión morisca, hubo un lugar en la Axarquía que fue un adelantado en el sector: Torrox.
La caña dulce se cultivaba en Torrox en las márgenes abancaladas de su río, que antaño fue conocido también con el nombre de río de las Cañas, en clara alusión al cultivo de esta gramínea, y, además, en las fértiles tierras llanas situadas a ambos lados de su desembocadura. Cuando en 1569 se rebelaron los moriscos de la Sierra de Bentomiz, Torrox contaba con un ingenio azucarero, el primero establecido en la comarca, que fue conocido con el nombre de ingenio Alto y desde el siglo XVIII también con el de Nuestra Señora de la Concepción. También en aquellos momentos se hallaba en construcción otro ingenio, el ingenio Bajo, que sería llamado San Rafael a partir de la década de 1720. Ambos ingenios eran propiedad de moriscos de Granada y de algunos vecinos de Málaga y de Almuñécar[1]. La importancia de Torrox en la producción azucarera sería reconocida por los ingenios de otros lugares de la Axarquía, al menos durante los siglos XVII y XVIII, al aceptar como precio “oficial” de la forma de azúcar el fijado por los ingenios de esta villa o adoptar la maquila tal como se practicaba en Torrox[2].
Entre 1764 y 1765 el indiano Manuel Gijón y León compró ambos ingenios e inició el proceso de modernización culminado por Larios a partir de 1854, que situaría a Torrox en la era industrial. En este proceso cabe destacar la figura del comerciante malagueño de origen irlandés Tomás Quilty y Valois, quien compró a Gijón los dos ingenios en 1779 e introdujo en el ingenio San Rafael la más moderna tecnología de su tiempo y el uso del carbón mineral como combustible alternativo a la leña. A la muerte de Tomás Quilty, acaecida en 1803, el ingenio Alto o Nuestra Señora de la Concepción pasó a su hija Rosa, casada con Domingo Cabarrús y Gelabert, II conde de Cabarrús, mientras que el ingenio Bajo o San Rafael lo heredó su otra hija, Josefa, casada con Francisco de León Ferrándiz Bendicho, oidor de la Real Chancillería de Granada.
Fue Francisco de León, vecino entonces de Madrid y propietario consorte del ingenio San Rafael quien, al poco de acabar la Guerra de la Independencia, en 1815, se asoció con el vecino de Torrox Antonio Escobar para la construcción de un nuevo ingenio en el llano, en un lugar llamado Rambla de Urbano, en la margen izquierda del río y próximo a su desembocadura[3], asociándose ambos para este proyecto un año después con el industrial Manuel Agustín Heredia. Pero estos tres asociados abandonarían la empresa antes de iniciarla y sería el hijo del primero y nieto de Tomás Quilty por línea materna, Francisco Javier de León Bendicho y Quilty, quien lo terminaría construyendo diez años después, llamando a este nuevo establecimiento con el nombre del santo de su onomástica: ingenio San Javier.
Situación de los restos del ingenio San Javier, desembocadura del río Torrox y faro. Fotografía aérea del Vuelo Americano, 1957 |
El ingenio San Javier se construyó entre 1826 y 1828 y era un establecimiento que utilizaba el sistema doble de molienda: un molino de sangre, movido por animales, y otro de agua, impulsado por la voladera movida por agua, para lo cual hubo que construir un acueducto para conducirla hasta la misma. Es posible que el ingenio inicialmente levantado en 1826 funcionara solo con energía animal, mientras que un par de años después, en 1828, se terminara la infraestructura hidraulica que permitiría activar el sistema de molienda por agua, aunque en lo sucesivo mantuviera ambos. Eso podría desprenderse de la inscripción realizada por el maestro de obras constructor en uno de los arcos de la crujía del cuarto de molienda adosado al terminal del acueducto: “Año 1828. La yso Josef Sanche”.
Inscripción en uno de los muros del ingenio San Javier: “Año 1828. La yso Josef Sanchez”. Fotografía cortesía de Carlos Sánchez Argüelles |
El ingenio estuvo activo durante muy poco tiempo, apenas dos décadas. De ello informa Ramón de la Sagra quien, en su Informe sobre el cultivo de la caña y la fabricación del azúcar en las costas de Andalucía, de 1845, apuntaba que
“no hace mucho tiempo lo estaban [en funcionamiento] otros dos [ingenios], el uno en el pueblo mismo [el Alto], y cuya rueda hidraulica daba a la misma calle de la entrada, el otro sobre la costa [San Javier] de dos molinos, uno de agua y otro de animales, cuyos trabajos han cesado hace pocos años”[4].
En efecto, Francisco Javier de León Bendicho y Quilty, quien era de profesión abogado y diputado de tendencia liberal por Málaga entre 1834 y 1836, contrajo matrimonio con una almeriense y a finales de la década de 1830 fijó su residencia en la ciudad de Almería[5]. Aunque esto no suponía un problema para un propietario que podía encomendar la dirección del ingenio a un administrador, lo cierto es que fue a partir de entonces cuando Francisco Javier de León Bendicho, por otra parte en el contexto de una coyuntura azucarera seguramente poco propicia, se planteó el cierre de San Javier y centró su interés en el ingenio San Rafael, heredado de sus padres, en el que realizó obras de reforma en 1847. Finalmente, terminaría vendiendo este último a Martín Larios Herrero en 1854, año en que, paralelamente, invertía en propiedades en la provincia de Almería, poniendo fin a su relación personal y a la de las familias León Bendicho y Quilty con el negocio azucarero.
Firma autógrafa de Francisco Javier de León Bendicho y Quitty, constructor y propietario del ingenio San Javier |
Del ingenio San Javier poseemos escasos datos para la reconstrucción de su historia[6]. De lo que fue el edificio quedan en pie muros, semibóvedas y arcos de potente factura de distintas dependencias del ingenio, realizados en mampostería enlucida y ladrillo que se han ido deteriorando con el desuso y el paso del tiempo, y que ahora corren un peligro añadido por una irrespetuosa intervención humana y el desinterés de las administraciones públicas por asegurar la conservación de un bien perteneciente a un patrimonio, el industrial, reconocido por ley.
Restos del ingenio San Javier. Fotografía del autor |
Restos del ingenio San Javier. Fotografía del autor |
Pero, con todo, en este ingenio, y asociado a él, hay que destacar un magnífico ejemplar de arquitectura del agua: el acueducto de San Javier, que proporcionaba el agua necesaria para hacer girar la voladera o rueda hidraulica que movía los molinos para triturar la caña de azúcar. El acueducto, de mampostería revocada y ladrillo, mide 65 m de longitud y posee 17 arcos de medio punto sobre los que se encuentra el canal por el que discurre el agua.
Acueducto de San Javier. Fotografía del autor |
Canal del acueducto y boca de caída del agua sobre la voladera del ingenio San Javier. Fotografía del autor |
[1]ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Cámara de Castilla, leg. 2158.
[2]CAPILLA LUQUE, Francisco, La industria azucarera en Nerja y Maro (I). Los ingenios preindustriales, Vélez-Málaga, 2016, pág. 75.
[3]ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE MÁLAGA. Sección de protocolos notariales, leg. P-3839, fols. 614 r y ss.
[4]SAGRA, Ramón de la, Informe sobre el cultivo de la caña y la fabricación del azúcar en las costas de Andalucía, Madrid, 1845, pág. 37.
[5]Francisco Javier de León Bendicho y Quilty (1803-1873) nació en Granada y era hijo de Francisco de León Ferrándiz Bendicho y de Josefa Quilty y Cologan. Se licenció en Derecho, fue diputado por Málaga en la legislatura 1834-1836 y por Almería entre 1840 y 1850; entre 1864 y 1868 fue senador. En la década de 1830 contrajo matrimonio con la almeriense María Dolores Puche y Segura, estableciendo su residencia en Almería, donde fue copropietario de haciendas y molinos y amplió su patrimonio con nuevas adquisiciones, a la vez que se desprendía de los ingenios de Torrox.
[6]Este ingenio ha sido tratado en la siguiente bibliografía: AAVV, Axarquía y azúcar. Un patrimonio por conocer, Málaga, 2020; GUZMÁN VALDIVIA, Antonio y SANTIAGO RAMOS, Antonio, Axarquía. Patrimonio industrial, Málaga, 2007; PEZZI CRISTÓBAL, Pilar (ed.) y otros, El azúcar en la provincia de Málaga, Málaga, 2019; y RUIZ GARCÍA, P., La Axarquía, tierra de azúcar. Cincuenta y dos documentos históricos,Vélez-Málaga, 2000.
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