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viernes, 22 de mayo de 2015

Los cruciformes de la fábrica 'San Joaquín' de Maro, en Nerja (Málaga)








En 1991, el que fuera primer conservador de la Cueva de Nerja, Pablo Solo de Zaldívar, publicaba en la revista Jábega, editada por la Diputación Provincial de Málaga, un artículo titulado “Los cruciformes del cementerio de Maro, en Nerja (Málaga)”[1]. En él daba a conocer una serie de grabados existentes en la cara externa de los muros del antiguo cementerio de Maro (actualmente utilizado como ermita de San Isidro), en los que había reparado y había estudiado en 1960. Estos grabados, sobre los que ya tratamos en una entrada anterior de este mismo blog dedicada a la antigua necrópolis mareña, representan diversas figuras, como bastones, cruces con y sin peana, figuras antropomorfas esquemáticas y barcos con sus velas desplegadas; fueron ejecutados con dos técnicas distintas: el picado en el enlucido y la incisión con punzón cuando este estaba aún fresco. Solo de Zaldívar atribuía la autoría de los mismos a pastores y lugareños, a tenor de la información que había recabado de algunas de las personas más ancianas de Maro, que sin embargo no supieron, o no quisieron, explicar el motivo por el que los hacían. El conservador fechaba la realización de los grabados a mediados del siglo XIX, aunque esta datación es inexacta, ya que la construcción del cementerio comenzó en 1901 y fue consagrado en enero de 1904.









Sin embargo, no son estos los únicos grabados de semejantes características que se conservan en la zona, pues también los podemos encontrar en la fábrica azucarera y alcoholera ‘San Joaquín’ de Maro. Esta fábrica fue construida en 1879 por Joaquín Pérez del Pulgar y Ruiz de Molina en el pago de ‘Las Mercedes´, declarado colonia agrícola en 1881. La fábrica se encuentra en un solar con forma trapezoidal de 36.964 m2 de superficie, cerrado por una cerca de mampostería revocada que en su lado norte tiene ocho casas que estuvieron destinadas a trabajadores de la colonia, mientras que en el lado noreste hay otras dos, respectivamente habilitadas para el administrador y el mecánico de la fábrica. Los muros testeros de las viviendas de los colonos dan al exterior, al antiguo camino de Nerja a Almuñécar, y aunque muchos de ellos están derruidos, otros se mantienen en pie y conservan grabados idénticos a los del antiguo cementerio de Maro que bien pudieron encontrarse en otras partes de le cerca actualmente ruinosas.








Los grabados se hallan ubicados en ocho paneles de la cara norte exterior agrupados en dos conjuntos: seis paneles consecutivos a partir del ángulo nororiental y dos paneles consecutivos, aunque separados de los anteriores. Las figuras representan bastones, cruces con y sin peana y formas rectangulares; no se aprecian, al menos a simple vista, antropomorfos ni figuras o signos de otro tipo.  El significado tanto de estos grabados murales de la fábrica ‘San Joaquín’ como del cementerio de Maro se nos escapa, aunque pudieran tener un carácter identitario y algunos de ellos, en especial las cruces, constituir verdaderos amuletos o signos de protección de las viviendas que lindaban con el camino antes citado y el monte, a la vez que contribuían a la sacralización del espacio. Sin duda ambos conjuntos, los del cementerio y la fábrica, constituyen un importante documento antropológico que debe ser conservado y protegido.











           






[1] Solo de Zaldívar Yébenes, P., “Los cruciformes del cementerio de Maro, en Nerja (Málaga)”, Jábega 71, 3-14.

domingo, 5 de abril de 2015

El patrimonio industrial de Nerja (3). Las fábricas azucareras*









A mediados del siglo XIX la producción azucarera en nuestras costas se encontraba en franca decadencia y los ingenios eran incapaces de hacer frente al azúcar de caña antillano o al de remolacha que se fabricaba en algunos países europeos. En estas circunstancias, tanto el ingenio ‘San Antonio Abad’ de Nerja como el de Maro sobrevivían a duras penas, impermeables a los avances tecnológicos que se venían produciendo en el mundo del azúcar. Pero la llegada, a partir de 1846, de un nuevo sistema de fabricación basado en el uso de avanzada tecnología, de la mano de Ramón de la Sagra, mejoraría enormemente tanto el rendimiento de las factorías como la calidad del producto, naciendo así las fábricas azucareras movidas por máquinas de vapor.

La primera azucarera moderna de Nerja fue la fábrica ‘Nuestra Señora de las Angustias’, que no debe confundirse con el ingenio del mismo nombre o Nuevo. Esta fábrica fue construida entre 1861 y 1864 junto a la ermita por José Navas Herrero y Ruperto de Navas Jiménez, vecinos de Frigiliana y propietarios del ingenio ‘San Antonio Abad’, como alternativa al mismo; en 1872 fue comprada, e inmediatamente cerrada, por Martín Larios Herrero.

Del que fuera decano de los establecimientos nerjeños en la introducción del sistema de producción fabril se conservan en la calle San Isidro varias naves, aunque están perdidas algunas de sus dependencias, así como su chimenea octogonal que fue demolida hace algunas décadas.

Casi al mismo tiempo que la anterior se abría la fábrica azucarera ‘San José’, construida en el pago de El Chaparil, junto al río Chíllar, en 1864, fundada por Vicente Martínez Manescau, su hermano Antonio y Gabriel Rodríguez Navas. La fábrica comenzó a funcionar en la zafra de 1865 y años después, en 1869, los tres fundadores constituyeron una sociedad para la administración de la misma; finalmente, en 1872, fue comprada por Martín Larios Herrero. Los Larios convirtieron ‘San José’ en la más importante azucarera de Nerja, ampliándola y dotándola de moderna maquinaria de fabricación francesa y británica, a la vez que se iban haciendo con todas las demás instalaciones azucareras de la localidad con objeto de cerrarlas y eliminar así cualquier posible competencia.

Esta fábrica era un complejo de edificios con diferentes tipologías y estilos, algunos de verdadero interés como ejemplo de arquitectura industrial. Estaba construida en un solar con forma de polígono irregular de unos 18.000 m2 de superficie, orientado de Norte a Sur. Sus lados norte y oeste daban al río Chíllar, el sur al antiguo camino de Málaga, mientras que el lado este colindaba con tierras de cultivo; toda ella estaba rodeada de campos de cañas. El solar se dividía longitudinalmente en dos niveles, uno de los cuales, el inferior, está diez metros por debajo del superior. Esta diferencia de altura hizo que se situaran las actividades de recepción y gestión en la parte superior y las de fabricación propiamente dicha, así como la salida del producto, en la inferior. Toda la fábrica estaba cercada por un grueso muro de albañilería y tenía tres puertas: dos con portería y una de salida al río. El agua que abastecía a la fábrica se depositaba en una alberca y llegaba a través de una atarjea de casi 700 m de longitud, algunos de cuyos arcos todavía se pueden ver empotrados en la base del Parque Verano Azul.

Los edificios que componían la fábrica eran la nave de molinos, donde tenía lugar la molienda; la cocina, donde se situaba la maquinaria con la que se realizaban las fases de elaboración del azúcar; una nave de calderas; un gran edificio de pisos destinado al secado, pesaje y almacenamiento del azúcar, junto al que había un almacén de empaquetado; y la nave de la melaza. Además había dos porterías; viviendas para el escribiente, los maestros de azúcar y el maestro mecánico; espartería, carpintería y almacenes varios; fragua y calera; y laboratorio y taller eléctrico. Junto a la chimenea, el caserón, la vivienda ocupada por los administradores, era la parte más noble de todo el conjunto.

El personal de la fábrica estaba compuesto, además del administrador, por un ingeniero, químicos, dos maestros de azúcar, una veintena de obreros especializados fijos, que se ocupaban de su mantenimiento y puesta a punto durante todo el año y trescientos obreros eventuales que, en grupos de cien, trabajaban en tres turnos diarios durante el tiempo que duraba la zafra. Durante un siglo constituyó un motor para la economía del lugar y muchas de sus gentes conservan en la memoria el tiempo en que su chimenea humeaba y el olor de la melaza impregnaba el ambiente. Los motores pararon en 1968, año en que se cerró la fábrica cuando había dejado de ser rentable. La maquinaria fue desmontada, llevada a Torre del Mar y los enseres se dispersaron, mientras parte de las edificaciones abandonadas, en pocos años, llegarían a presentar un estado ruinoso.

Unos años después, en 1976 el Ayuntamiento de Nerja compró la fábrica, a excepción de parte del nivel superior que Larios se reservaba para su futura explotación urbanística, con objeto de instalar en ella unas dependencias escolares y el que sería Instituto de Formación Profesional, hoy IES ‘El Chaparil’. En 1986 se inauguraron las instalaciones del citado instituto que ocupan parte de los edificios de la fábrica, mientras que el resto fue demolido. Esta fue una de los primeras rehabilitaciones de un edificio industrial para uso distinto llevadas a cabo en Andalucía.

La fábrica ‘La Independencia’, popularmente conocida por el nombre de ‘Los Cangrejos’, fue construida en 1882 por una sociedad constituida por José Rico Navas, José Rico Medina, Juan Ferrándiz, y otros labradores y propietarios de Nerja, con objeto de contrarrestar el monopolio de la casa Larios que desde un principio intentó impedir su puesta en funcionamiento; de ahí su nombre. Tras pertenecer a varias sociedades que no lograron hacerla rentable, en 1886 fue comprada por Enrique Crook y Larios, quien procedió a clausurarla. Sus restos se han mantenido en pie hasta hace algunas décadas, en que fueron demolidos y el solar que ocupaban urbanizado, formando la actual plaza de los Cangrejos.

Otra industria desaparecida fue la fábrica de mieles ‘El Progreso’, construida por Francisco Cantarero Martín, maestro de obras del Ayuntamiento de Nerja, en un antiguo tejar que había heredado de sus padres; Cantarero la poseía en 1886 y en ella no se fabricaba azúcar sino miel de caña, aunque posteriormente fue utilizada para la fabricación de otros productos. Se encontraba al final de la calle San Miguel, en un solar que actualmente está atravesado por la CN 340, en el entorno de la parada de autobuses, y de la misma no quedan restos.

La Maquinilla o fábrica de miel de caña RIFOL era en origen un molino harinero o molinillo denominado de Tabalones situado a orillas del río Chíllar, de cuyas aguas se alimentaba a través de la acequia del Pueblo. En las primeras décadas del siglo XIX fue adquirido por los propietarios del ingenio ‘San Antonio Abad’ y quedó unido al mismo formando una sola finca. En 1940, José Rico Nogueras poseyó el molino por herencia y lo aportó a la Compañía mercantil ‘Rico, Fossi y Cía, S.L.’ (RIFOL), siendo transformado en una maquinilla o molino de miel en el que se elaboraba la miel de caña RIFOL. Mantuvo su actividad hasta la década de 1970. Actualmente es propiedad municipal y parte de sus instalaciones son utilizadas por los servicios de mantenimiento.

De la fábrica de miel de caña se conservan los edificios que la conformaban, algunos de ellos en estado semirruinoso, como la nave de pailas, y la plaza en la que se amontonaba el bagazo, todo ello rodeado por la antigua cerca de albañilería, ocupando una cuarta parte, aproximadamente, del primitivo solar de la fábrica (el resto está ocupado por viviendas de pisos y el CEIP ‘Nueva Nerja’). Hay algunas construcciones añadidas de cronología imprecisa. Conserva en el interior señalización con avisos para la seguridad de los operarios y en la fachada principal, muy deteriorada, la inscripción con el nombre de la fábrica. La Junta de Gobierno municipal, recogiendo la propuesta que en su día presentó al Ayuntamiento la Asociación ‘La Volaera’, ha aprobado recientemente un proyecto para la estabilización de dos de sus fachadas; esta solución, que no puede ser la definitiva, podrá detener provisionalmente el peligro de derrumbe de los restos industriales hasta que la coyuntura económica permita abordar una rehabilitación integral. Sería deseable que el proyecto no se quedara en eso y se ejecute a la mayor brevedad.

Además de las azucareras de Nerja, en Maro Joaquín Pérez del Pulgar levantó, en 1879, la fábrica azucarera y alcoholera ‘San Joaquín’. Es tal la importancia de la fábrica, de las construcciones que tenía asociadas y del paisaje agroindustrial en que se encuentra que bien merece que le dediquemos en exclusiva la próxima entrega.

* Artículo publicado en la Clave de Nerja 2, marzo de 2015, pág. 13.           



martes, 3 de marzo de 2015

El patrimonio industrial de Nerja (2). Los ingenios azucareros preindustriales*







El cultivo de la caña dulce y la obtención de azúcar a partir de esta planta fueron introducidos por los árabes en las costas mediterráneas de Andalucía en la Edad Media. Hasta la segunda mitad del siglo XIX, en que se levantaron fábricas azucareras dotadas de avanzada tecnología industrial, la molienda de la caña y el proceso de elaboración del azúcar se realizaba en ingenios y trapiches, generalmente movidos por energía hidráulica o animal, en los que se obtenía un producto de inferior calidad.

Aunque en Nerja y Maro no está documentado este cultivo durante la época medieval, cabe suponer que estuviera implantado en las últimas décadas del siglo XV, al menos en Maro, pues se encuentra mencionado en un documento de principios del siglo XVI. Sin embargo, al hallarse prácticamente despoblados ambos lugares durante gran parte de aquella centuria, hasta las últimas décadas del siglo no se generalizó el cultivo de la caña dulce y se construyeron sus ingenios azucareros. Durante el siglo XIX, aún se construyeron en Nerja dos ingenios preindustriales más; los cuatro sucumbirían ante la irrupción de las fábricas movidas a vapor, aunque de todos ellos quedan en pie restos de lo que fueron en otro tiempo.

El ingenio de Maro fue construido en 1585 por Felipe de Armengol, licenciado y abogado de la Real Audiencia de Granada, quien unos años antes había comprado dicho lugar. Armengol reintrodujo en Maro el cultivo de la caña dulce y edificó el ingenio que empezó a funcionar en la zafra (cosecha) de 1586, comenzando así la producción de azúcar de caña en el actual término municipal de Nerja, unos años antes de que se levantara el ingenio nerjeño. Distintos propietarios se sucedieron en la posesión de Maro y su ingenio desde entonces y hasta su cierre definitivo, a mediados de la década de 1870, tras sufrir un incendio, momento en que lo poseía la familia Pérez del Pulgar; desde 1930 sus restos pertenecen a Larios.

El ingenio de Maro contaba con varias naves, palacio (sala donde se almacenaba la caña que llegaba al ingenio), una nave doble en cuyo extremo se encontraban los molinos, secadero de azúcar, nave de hornos, cocina (donde se cocían los jugos de la caña), estanque, horno para cocer las formas de barro en que cuajaban los panes de azúcar, etc. El ingenio era un complejo donde no sólo se fabricaba el azúcar; también se realizaban otras actividades necesarias para su mantenimiento en locales como la herrería, el obrador de formas cerámicas, la carpintería, etc. Además, disponía de horno de pan y mesón para los trabajadores y cuadras para las bestias de carga. Era, por lo tanto, un complejo de edificaciones, parte de las cuales se han conservado hasta hoy, y constituía el centro alrededor del que nació y se extendió el moderno caserío de Maro y del que durante siglos dependió las existencia de sus gentes.

El ingenio de Nerja fue construido por Juan de Briones, vecino de Málaga, a partir de 1591 y entró en funcionamiento durante la zafra de 1593. El ingenio se ubicó en la orilla derecha del río Chíllar, donde entonces se encontraba Nerja, junto al cerro del Castillo Alto. También este ingenio tuvo diversos propietarios, entre los que cabe destacar la familia granadina López de Alcántara a quienes perteneció durante todo el siglo XVIII, y cuando cerró en 1869  lo poseía José Navas Herrero. Asimismo, fue adquirido por Larios, a quien pertenecen sus restos en la actualidad. Este establecimiento empezó a ser conocido como ingenio Viejo a partir de 1806, para distinguirlo de uno nuevo que por esas fechas se construyó en la localidad, y en los años treinta del siglo XIX aparece en la documentación como ‘San Antonio Abad’, denominación con la que actualmente se conoce. 

Al igual que el ingenio de Maro, este de Nerja constituyó el motor económico de la localidad hasta que dejó de funcionar, y desde su fundación atrajo a nuevos pobladores que aportaron la mano de obra necesaria tanto para su funcionamiento como para la explotación agrícola de los cerca de mil marjales de tierra de riego que tenía asociados. Estas gentes, muchas de las cuales se acomodaron en un principio en las cuevas que bordean el río, constituyeron la base de la población que habitó la Nerja actual algunas décadas después.

El ingenio de Nerja, Viejo o ‘San Antonio Abad’, como se prefiera, ha experimentado transformaciones a lo largo del tiempo. En el siglo XVIII era un complejo de edificaciones enorme que contaba con plaza de cañas, alberca y estanque, cuarto de molienda, cuarto de vigas para reprensar el bagazo ya molido, cocina, cuartos de pilleras donde se secaban los panes de azúcar en formas cerámicas, alfarería, carpintería, forja, hornos, herrería, fundición, panadería, molino, fogata, almacenes, infinidad de cuartos, oratorio, vivienda para el dueño y para el administrador, cuadras y otras dependencias varias. Tenía, además, huerto, pinar propio y alameda, todo ello rodeado por cercas de albañilería. Los molinos que molían la caña eran movidos por la fuerza de una voladera o rueda hidráulica sobre la que se precipitaba el agua procedente de la acequia de Enmedio.

En la actualidad se mantienen en pie dos muros, uno doble a poniente sobre el que corre un canal que llevaba el agua hasta la voladera, y otro a levante en el que se abren vanos y se conservan arranques de las escaleras que conducían a los cuartos superiores; ambos enmarcan una nave central descubierta, el cuarto de la molienda. Se conservan en el mismo magníficas vigas de madera, el arranque de algunas dependencias y parte de la cerca que lo rodeaba, así como muros con inscripciones; algunos de estos elementos pertenecen a la primitiva construcción del siglo XVI y otros a algunas de las ampliaciones posteriores.

El ingenio Nuevo o ‘Nuestra Señora de las Angustias’  fue fundado en 1805 por un grupo de diez agricultores de Nerja que formaron una sociedad con objeto de emanciparse del único ingenio existente en el pueblo, entonces en manos de unos propietarios de Frigiliana. Se construyó en la margen izquierda del río Chíllar, donde finaliza la cuesta del Ingenio, y tuvo una corta vida, pues terminó siendo adquirido por la competencia que lo clausuró hacia 1830.

Algunos restos ruinosos del ingenio Nuevo aún se mantienen junto al puente Viejo de Nerja: un muro de mampostería con arco de medio punto y otro muro, también de mampostería, con varios arcos de medio punto de ladrillo cegados. No se conserva documentación que lo describa, pero a partir de estos elementos se intuye un gran edificio de planta rectangular de dos alturas, cubierto a dos aguas, en el que se distribuían si no todas sí algunas de las dependencias en que se realizaba el proceso de fabricación del azúcar.

El último establecimiento azucarero de tipo preindustrial que se abrió en Nerja fue el ingenio ‘San Miguel’, construido por Miguel González Sánchez en los últimos años de la década de 1860, aprovechando las instalaciones de un molino harinero. Apenas estuvo en funcionamiento como tal, pues en 1869, a la muerte del propietario, el ingenio pasó a manos de Martín Larios e Hijos. Posteriormente, fue reconvertido de nuevo en harinera, conocida como fábrica de harinas de Ruiz.

El ingenio se encontraba en el pago de las Minas, en la margen derecha del río Chíllar, junto al camino de servidumbre de dicho pago (actual cuesta Mariana), entre las acequias Alta y de Enmedio. Este ingenio ha sido tradicionalmente confundido con los restos del ingenio Nuevo, pero documentación hallada recientemente y la revisión de la documentación catastral conservada han permitido ubicarlo correctamente. Actualmente el ingenio está ocupado por una vivienda particular que, no obstante, conserva las estructuras de las distintas dependencias que lo conformaban, especialmente, la nave de molinos y el hueco de la voladera. Asimismo, mantiene el estilo arquitectónico en que se construyó y tanto en el exterior como en el interior todo el sistema hidráulico que movía el ingenio, alimentado por las aguas de la acequia Alta.

A excepción de ‘San Miguel’, el estado de los demás ingenios es lamentable, aunque el caso más clamoroso quizá sea el de ‘San Antonio Abad’. El abandono de los restos conservados de este ingenio ha ido avanzando en las últimas décadas, con su consiguiente deterioro; pero desde 2011 su estado se ha ido agravando por el establecimiento de explotaciones empresariales que llevaron a cabo movimientos de tierras, construcciones adicionales, vertidos de escombros, deterioro y demolición de parte del muro perimetral, con consecuencias en algunos casos irreparables y el consiguiente peligro de destrucción del bien.


 * Artículo publicado en la Clave de Nerja 1, febrero de 2015, pág. 13.




jueves, 5 de febrero de 2015

El patrimonio industrial de Nerja (1)*








El año 2015 ha sido declarado por el Consejo de Europa Año Europeo del Patrimonio Industrial, por iniciativa de la Federación Europea de Asociaciones del Patrimonio Industrial y Técnico (E-FAITH). Con ello, además de otorgarse valor y reconocimiento al ingente patrimonio industrial europeo, se brinda la oportunidad de llamar la atención sobre su situación y estado de conservación.

El concepto de patrimonio industrial es relativamente reciente y la valoración de los restos industriales como bienes que deben ser protegidos no apareció hasta la segunda mitad del siglo XX, en Gran Bretaña, donde se empezó a promover la conservación de edificios y maquinaria de industrias que habían sido cerradas por quedar obsoletas y sobre las que se cernía la amenaza de desaparición; este movimiento se fue propagando a otros países y llegó a España a finales de la década de 1970.

Hasta entonces la consideración de un bien como parte integrante del patrimonio cultural  se basaba en criterios de antigüedad y valor artístico, cualidades de las que carece la mayor parte de los edificios y máquinas  industriales. Sin embargo, estos poseen un gran valor, pues constituyen la evidencia material de una serie de cambios experimentados en la producción de objetos por parte de la humanidad, y forman parte del paisaje de muchas áreas geográficas, así como de la historia de numerosas poblaciones y de la vida de millones de personas en los últimos siglos.

Ciudadanos de algunos países (sobre todo antiguos trabajadores de fábricas y talleres) organizados en asociaciones y ciertas instituciones dieron impulso y promovieron la inclusión del patrimonio industrial en el patrimonio cultural y, por tanto, su conservación, protección y puesta en valor, y en 1973 se creó el Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial (TICCIH). Este organismo, reunido el 17 de julio de 2003 en la ciudad rusa de Nizhny Tagil, redactó la Carta sobre el Patrimonio Industrial, un documento fundamental en el que se define el mismo, se establecen sus valores y se fijan criterios para su protección y difusión.

En España, paralelamente a la desaparición de fábricas y máquinas y con cierto retraso respecto de otros países europeos, también nació y se desarrolló el movimiento en defensa del patrimonio industrial, consiguiéndose la conservación de parte de él y el uso de algunos edificios adaptados para fines distintos de los industriales (la transformación de parte de la antigua fábrica azucarera ‘San José’ de Nerja en centro de enseñanza en 1986 fue uno de los primeros proyectos de este tipo llevados a cabo en Andalucía y también en nuestro país). Precisamente la Ley andaluza de Patrimonio Histórico es pionera al dedicar uno de sus títulos al patrimonio industrial, que se define “integrado por el conjunto de bienes vinculados a la actividad productiva, tecnológica, fabril y de la ingeniería […] en cuanto son exponentes de la historia social, técnica y económica” de Andalucía. Además, el paisaje asociado a las citadas actividades se considera parte integrante del patrimonio industrial.

La transformación de productos agrícolas en instalaciones fabriles agroalimentarias y, por supuesto, la agricultura que proporcionaba la materia prima para ello, ha formado parte de la historia de Nerja y Maro durante los últimos cinco siglos. No se entiende nuestra historia desde el siglo XVI en adelante sin el cultivo de la caña dulce y la producción de azúcar, primero de forma preindustrial en ingenios y posteriormente con maquinaria, métodos y edificios industriales en fábricas  azucareras; pero tampoco se entendería sin los molinos de muy variados productos (aceite, harina, chocolate, papel, corteza de pino, etc.); sin las minas, las fundiciones de plomo o las instalaciones de producción de energía eléctrica. Es más, la industria está en los orígenes de los actuales núcleos urbanos de Maro y Nerja, pues el primero se originó en torno a un ingenio azucarero y el segundo surgió a raíz de la construcción de otro ingenio en sus inmediaciones que atrajo a labradores y trabajadores a esta tierra y la repoblaron.

De la coexistencia del campo y las factorías fue surgiendo un paisaje agroindustrial surcado de acequias, canalizaciones, atarjeas y acueductos para el riego de los campos, y para proporcionar el agua necesaria para el funcionamiento de las fábricas y molinos, desarrollándose de esta manera una arquitectura del agua que sin duda también forma parte del patrimonio industrial. Las acequias Alta, de Enmedio y Baja o  del Pueblo, la acequia de Maro, los acueductos del Águila y Tablazo, los restos de atarjeas, como la que conducía el agua a la fábrica ‘San José’, en El Chaparil, o las conducciones de agua para mover las muelas de los molinos harineros del río Chíllar, son ejemplares que atestiguan la importancia que tenían estas infraestructuras fundamentales para la industria.

El término municipal de Nerja reúne una de las mayores  y más importantes concentraciones de bienes industriales de Andalucía, no solo por el elevado número de restos, sino también por su variedad y pertenencia a las distintas épocas en que se divide la producción industrial. Algunos de estos edificios han desaparecido, aunque sabemos de ellos por documentos y fotografías; otros se mantienen en pie, pero la mayoría se encuentra en un deficiente estado de conservación y sufre un progresivo deterioro. Todos ellos fueron lamentablemente vaciados por sus propietarios de la maquinaria y los enseres que contenían y utilizados para dotar fábricas de otros lugares o vendidos como material de acarreo.

En Nerja y Maro funcionaron cuatro ingenios preindustriales: los ingenios viejo o ‘San Antonio Abad’ (1591), nuevo o ‘Nuestra Señora de las Angustias (1805), ‘San Miguel’ (1867), y el ingenio de Maro (1586); cuatro fábricas azucareras: ‘Nuestra Señora de las Angustias’ (1861), ‘San José’ (1864), ‘La Independencia’ (1882), comúnmente conocida como ‘Los Cangrejos’, y ‘San Joaquín’ (1879), en Maro; dos fábricas de miel de caña: ‘El Progreso’ y La Maquinilla. De nueve de estas diez instalaciones azucareras se conservan restos en mejor o peor estado de conservación. Las fundiciones de plomo de La Torrecilla y Burriana ya no existen, pero de uno de los cuatro molinos harineros que funcionaron en el río Chíllar se conservan ruinas (el molino de Maeso) y otro que era conocido como fábrica harinera de Ruiz sigue existiendo transformado en vivienda particular. Asimismo, se conservan, aunque con uso distinto al suyo propio, los antiguos molinos de aceite de las calles San José y Ánimas de Nerja. También está en pie el molino de papel de río de la Miel, construido en 1780 por el nerjeño ilustrado Manuel Centurión Guerrero de Torres.

A excepción de la fábrica de miel de caña RIFOL (La Maquinilla) que es de propiedad municipal; de la antigua fábrica azucarera ‘San José’, que lo es de la Junta de Andalucía; y del ingenio ‘San Miguel’, que es de propiedad privada, el resto de las instalaciones azucareras pertenece a Larios (también es de su propiedad el molino de papel de río de la Miel). Todas ellas, salvo ‘San José’ y ‘San Miguel’ se hallan en serio peligro y, de momento, ninguna cuenta con protección jurídica, pues no están comprendidas ni en el catálogo ni en el inventario de bienes establecidos en la Ley del Patrimonio Histórico de Andalucía, ni el vigente PGOU de Nerja los incluye en el catálogo de bienes con que cuenta. A la desprotección jurídica se une el desinterés y falta de sensibilidad de los propietarios por garantizar la conservación de estos bienes y su puesta en valor. Cada techumbre que se hunde, cada muro que se cae, es un trozo de nuestra historia, de lo que nos han legado las generaciones precedentes, que se pierde definitivamente. De ahí la importancia, la exigencia, de que las administraciones competentes en la materia (Junta de Andalucía y Ayuntamiento de Nerja) tomen cartas en el asunto, cumplan con las obligaciones que les corresponden y ejerzan las competencias que la ley les otorga. Por otro lado, parece que muy pocos se dieran cuenta, no solo del uso y disfrute que de este patrimonio podría hacer la ciudadanía, sino también del enorme potencial turístico que posee si estuviera protegido, bien conservado y puesto en valor.

A los historiadores nos corresponde investigar y difundir este patrimonio, llamar la atención sobre los problemas que lo aquejan y contribuir a su conservación y puesta en valor, por lo que con esta entrega iniciamos una serie dedicada al patrimonio industrial de Nerja y Maro, que tendrá continuidad en los próximos números de esta publicación, con la pretensión de que los lectores conozcan y puedan valorar la riqueza patrimonial con que cuentan.

 * Artículo publicado en La Clave de Nerja 0, enero de 2015, pág. 13.