El año 2015 ha sido declarado por el Consejo de Europa Año
Europeo del Patrimonio Industrial, por iniciativa de la Federación Europea de Asociaciones del Patrimonio
Industrial y Técnico (E-FAITH). Con ello, además de otorgarse valor y
reconocimiento al ingente patrimonio
industrial europeo, se brinda la oportunidad de llamar la atención sobre su
situación y estado de conservación.
El concepto de patrimonio
industrial es relativamente reciente y la valoración de los restos industriales
como bienes que deben ser protegidos no apareció hasta la segunda mitad del
siglo XX, en Gran Bretaña, donde se empezó a promover la conservación de
edificios y maquinaria de industrias que habían sido cerradas por quedar obsoletas
y sobre las que se cernía la amenaza de desaparición; este movimiento se fue
propagando a otros países y llegó a España a finales de la década de 1970.
Hasta entonces la
consideración de un bien como parte integrante del patrimonio cultural se basaba en criterios de antigüedad y valor
artístico, cualidades de las que carece la mayor parte de los edificios y
máquinas industriales. Sin embargo,
estos poseen un gran valor, pues constituyen la evidencia material de una serie
de cambios experimentados en la producción de objetos por parte de la humanidad,
y forman parte del paisaje de muchas áreas geográficas, así como de la historia
de numerosas poblaciones y de la vida de millones de personas en los últimos
siglos.
Ciudadanos de
algunos países (sobre todo antiguos trabajadores de fábricas y talleres)
organizados en asociaciones y ciertas instituciones dieron impulso y
promovieron la inclusión del patrimonio industrial en el patrimonio cultural y,
por tanto, su conservación, protección y puesta en valor, y en 1973 se creó el Comité Internacional para la Conservación del
Patrimonio Industrial (TICCIH). Este organismo, reunido el 17 de julio de 2003
en la ciudad rusa de Nizhny Tagil, redactó la Carta sobre el Patrimonio Industrial, un documento fundamental en el
que se define el mismo, se establecen sus valores y se fijan criterios para su
protección y difusión.
En España, paralelamente a la desaparición de fábricas y máquinas y con
cierto retraso respecto de otros países europeos, también nació y se desarrolló
el movimiento en defensa del patrimonio industrial, consiguiéndose la
conservación de parte de él y el uso de algunos edificios adaptados para fines distintos
de los industriales (la transformación de parte de la antigua fábrica azucarera
‘San José’ de Nerja en centro de enseñanza en 1986 fue uno de los primeros
proyectos de este tipo llevados a cabo en Andalucía y también en nuestro país).
Precisamente la Ley andaluza de Patrimonio Histórico es pionera al dedicar uno
de sus títulos al patrimonio industrial, que se define “integrado por el conjunto de bienes vinculados a
la actividad productiva, tecnológica, fabril y de la ingeniería […] en cuanto
son exponentes de la historia social, técnica y económica” de Andalucía.
Además, el paisaje asociado a las citadas actividades se considera parte
integrante del patrimonio industrial.
La transformación
de productos agrícolas en instalaciones fabriles agroalimentarias y, por
supuesto, la agricultura que proporcionaba la materia prima para ello, ha
formado parte de la historia de Nerja y Maro durante los últimos cinco siglos.
No se entiende nuestra historia desde el siglo XVI en adelante sin el cultivo
de la caña dulce y la producción de azúcar, primero de forma preindustrial en
ingenios y posteriormente con maquinaria, métodos y edificios industriales en
fábricas azucareras; pero tampoco se
entendería sin los molinos de muy variados productos (aceite, harina,
chocolate, papel, corteza de pino, etc.); sin las minas, las fundiciones de
plomo o las instalaciones de producción de energía eléctrica. Es más, la
industria está en los orígenes de los actuales núcleos urbanos de Maro y Nerja,
pues el primero se originó en torno a un ingenio azucarero y el segundo surgió
a raíz de la construcción de otro ingenio en sus inmediaciones que atrajo a labradores
y trabajadores a esta tierra y la repoblaron.
De la
coexistencia del campo y las factorías fue surgiendo un paisaje agroindustrial
surcado de acequias, canalizaciones, atarjeas y acueductos para el riego de los
campos, y para proporcionar el agua necesaria para el funcionamiento de las
fábricas y molinos, desarrollándose de esta manera una arquitectura del agua
que sin duda también forma parte del patrimonio industrial. Las acequias Alta,
de Enmedio y Baja o del Pueblo, la
acequia de Maro, los acueductos del Águila y Tablazo, los restos de atarjeas,
como la que conducía el agua a la fábrica ‘San José’, en El Chaparil, o las
conducciones de agua para mover las muelas de los molinos harineros del río
Chíllar, son ejemplares que atestiguan la importancia que tenían estas
infraestructuras fundamentales para la industria.
El término
municipal de Nerja reúne una de las mayores y más importantes concentraciones de bienes
industriales de Andalucía, no solo por el elevado número de restos, sino
también por su variedad y pertenencia a las distintas épocas en que se divide
la producción industrial. Algunos de estos edificios han desaparecido, aunque
sabemos de ellos por documentos y fotografías; otros se mantienen en pie, pero
la mayoría se encuentra en un deficiente estado de conservación y sufre un progresivo
deterioro. Todos ellos fueron lamentablemente vaciados por sus propietarios de
la maquinaria y los enseres que contenían y utilizados para dotar fábricas de
otros lugares o vendidos como material de acarreo.
En Nerja y Maro
funcionaron cuatro ingenios preindustriales: los ingenios viejo o ‘San Antonio
Abad’ (1591), nuevo o ‘Nuestra Señora de las Angustias (1805), ‘San Miguel’
(1867), y el ingenio de Maro (1586); cuatro fábricas azucareras: ‘Nuestra
Señora de las Angustias’ (1861), ‘San José’ (1864), ‘La Independencia’ (1882),
comúnmente conocida como ‘Los Cangrejos’, y ‘San Joaquín’ (1879), en Maro; dos fábricas de miel de caña: ‘El Progreso’
y La Maquinilla. De nueve de estas diez instalaciones azucareras se conservan
restos en mejor o peor estado de conservación. Las fundiciones de plomo de La
Torrecilla y Burriana ya no existen, pero de uno de los cuatro molinos
harineros que funcionaron en el río Chíllar se conservan ruinas (el molino de
Maeso) y otro que era conocido como fábrica harinera de Ruiz sigue existiendo
transformado en vivienda particular. Asimismo, se conservan, aunque con uso
distinto al suyo propio, los antiguos molinos de aceite de las calles San José y
Ánimas de Nerja. También está en pie el molino de papel de río de la Miel,
construido en 1780 por el nerjeño ilustrado Manuel Centurión Guerrero de Torres.
A excepción de la
fábrica de miel de caña RIFOL (La Maquinilla) que es de propiedad municipal; de
la antigua fábrica azucarera ‘San José’, que lo es de la Junta de Andalucía; y
del ingenio ‘San Miguel’, que es de propiedad privada, el resto de las instalaciones
azucareras pertenece a Larios (también es de su propiedad el molino de papel de
río de la Miel). Todas ellas, salvo ‘San José’ y ‘San Miguel’ se hallan en
serio peligro y, de momento, ninguna cuenta con protección jurídica, pues no
están comprendidas ni en el catálogo ni en el inventario de bienes establecidos
en la Ley del Patrimonio Histórico de Andalucía, ni el vigente PGOU de Nerja
los incluye en el catálogo de bienes con que cuenta. A la desprotección
jurídica se une el desinterés y falta de sensibilidad de los propietarios por
garantizar la conservación de estos bienes y su puesta en valor. Cada techumbre
que se hunde, cada muro que se cae, es un trozo de nuestra historia, de lo que
nos han legado las generaciones precedentes, que se pierde definitivamente. De
ahí la importancia, la exigencia, de que las administraciones competentes en la
materia (Junta de Andalucía y Ayuntamiento de Nerja) tomen cartas en el asunto,
cumplan con las obligaciones que les corresponden y ejerzan las competencias
que la ley les otorga. Por otro lado, parece que muy pocos se dieran cuenta, no
solo del uso y disfrute que de este patrimonio podría hacer la ciudadanía, sino
también del enorme potencial turístico que posee si estuviera protegido, bien
conservado y puesto en valor.
A los historiadores
nos corresponde investigar y difundir este patrimonio, llamar la atención sobre
los problemas que lo aquejan y contribuir a su conservación y puesta en valor, por
lo que con esta entrega iniciamos una serie dedicada al patrimonio industrial
de Nerja y Maro, que tendrá continuidad en los próximos números de esta
publicación, con la pretensión de que los lectores conozcan y puedan valorar la
riqueza patrimonial con que cuentan.
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