A mediados del siglo XIX la producción azucarera en nuestras costas se encontraba en franca decadencia y los ingenios eran incapaces de hacer frente al azúcar de caña antillano o al de remolacha que se fabricaba en algunos países europeos. En estas circunstancias, tanto el ingenio ‘San Antonio Abad’ de Nerja como el de Maro sobrevivían a duras penas, impermeables a los avances tecnológicos que se venían produciendo en el mundo del azúcar. Pero la llegada, a partir de 1846, de un nuevo sistema de fabricación basado en el uso de avanzada tecnología, de la mano de Ramón de la Sagra, mejoraría enormemente tanto el rendimiento de las factorías como la calidad del producto, naciendo así las fábricas azucareras movidas por máquinas de vapor.
La primera azucarera moderna de Nerja fue la fábrica ‘Nuestra Señora de las Angustias’, que no debe confundirse con el ingenio del mismo nombre o Nuevo. Esta fábrica fue construida entre 1861 y 1864 junto a la ermita por José Navas Herrero y Ruperto de Navas Jiménez, vecinos de Frigiliana y propietarios del ingenio ‘San Antonio Abad’, como alternativa al mismo; en 1872 fue comprada, e inmediatamente cerrada, por Martín Larios Herrero.
Del que fuera decano de los establecimientos nerjeños en la introducción del sistema de producción fabril se conservan en la calle San Isidro varias naves, aunque están perdidas algunas de sus dependencias, así como su chimenea octogonal que fue demolida hace algunas décadas.
Casi al mismo tiempo que la anterior se abría la fábrica azucarera ‘San José’, construida en el pago de El Chaparil, junto al río Chíllar, en 1864, fundada por Vicente Martínez Manescau, su hermano Antonio y Gabriel Rodríguez Navas. La fábrica comenzó a funcionar en la zafra de 1865 y años después, en 1869, los tres fundadores constituyeron una sociedad para la administración de la misma; finalmente, en 1872, fue comprada por Martín Larios Herrero. Los Larios convirtieron ‘San José’ en la más importante azucarera de Nerja, ampliándola y dotándola de moderna maquinaria de fabricación francesa y británica, a la vez que se iban haciendo con todas las demás instalaciones azucareras de la localidad con objeto de cerrarlas y eliminar así cualquier posible competencia.
Esta fábrica era un complejo de edificios con diferentes tipologías y estilos, algunos de verdadero interés como ejemplo de arquitectura industrial. Estaba construida en un solar con forma de polígono irregular de unos 18.000 m2 de superficie, orientado de Norte a Sur. Sus lados norte y oeste daban al río Chíllar, el sur al antiguo camino de Málaga, mientras que el lado este colindaba con tierras de cultivo; toda ella estaba rodeada de campos de cañas. El solar se dividía longitudinalmente en dos niveles, uno de los cuales, el inferior, está diez metros por debajo del superior. Esta diferencia de altura hizo que se situaran las actividades de recepción y gestión en la parte superior y las de fabricación propiamente dicha, así como la salida del producto, en la inferior. Toda la fábrica estaba cercada por un grueso muro de albañilería y tenía tres puertas: dos con portería y una de salida al río. El agua que abastecía a la fábrica se depositaba en una alberca y llegaba a través de una atarjea de casi 700 m de longitud, algunos de cuyos arcos todavía se pueden ver empotrados en la base del Parque Verano Azul.
Los edificios que componían la fábrica eran la nave de molinos, donde tenía lugar la molienda; la cocina, donde se situaba la maquinaria con la que se realizaban las fases de elaboración del azúcar; una nave de calderas; un gran edificio de pisos destinado al secado, pesaje y almacenamiento del azúcar, junto al que había un almacén de empaquetado; y la nave de la melaza. Además había dos porterías; viviendas para el escribiente, los maestros de azúcar y el maestro mecánico; espartería, carpintería y almacenes varios; fragua y calera; y laboratorio y taller eléctrico. Junto a la chimenea, el caserón, la vivienda ocupada por los administradores, era la parte más noble de todo el conjunto.
El personal de la fábrica estaba compuesto, además del administrador, por un ingeniero, químicos, dos maestros de azúcar, una veintena de obreros especializados fijos, que se ocupaban de su mantenimiento y puesta a punto durante todo el año y trescientos obreros eventuales que, en grupos de cien, trabajaban en tres turnos diarios durante el tiempo que duraba la zafra. Durante un siglo constituyó un motor para la economía del lugar y muchas de sus gentes conservan en la memoria el tiempo en que su chimenea humeaba y el olor de la melaza impregnaba el ambiente. Los motores pararon en 1968, año en que se cerró la fábrica cuando había dejado de ser rentable. La maquinaria fue desmontada, llevada a Torre del Mar y los enseres se dispersaron, mientras parte de las edificaciones abandonadas, en pocos años, llegarían a presentar un estado ruinoso.
Unos años después, en 1976 el Ayuntamiento de Nerja compró la fábrica, a excepción de parte del nivel superior que Larios se reservaba para su futura explotación urbanística, con objeto de instalar en ella unas dependencias escolares y el que sería Instituto de Formación Profesional, hoy IES ‘El Chaparil’. En 1986 se inauguraron las instalaciones del citado instituto que ocupan parte de los edificios de la fábrica, mientras que el resto fue demolido. Esta fue una de los primeras rehabilitaciones de un edificio industrial para uso distinto llevadas a cabo en Andalucía.
La fábrica ‘La Independencia’, popularmente conocida por el nombre de ‘Los Cangrejos’, fue construida en 1882 por una sociedad constituida por José Rico Navas, José Rico Medina, Juan Ferrándiz, y otros labradores y propietarios de Nerja, con objeto de contrarrestar el monopolio de la casa Larios que desde un principio intentó impedir su puesta en funcionamiento; de ahí su nombre. Tras pertenecer a varias sociedades que no lograron hacerla rentable, en 1886 fue comprada por Enrique Crook y Larios, quien procedió a clausurarla. Sus restos se han mantenido en pie hasta hace algunas décadas, en que fueron demolidos y el solar que ocupaban urbanizado, formando la actual plaza de los Cangrejos.
Otra industria desaparecida fue la fábrica de mieles ‘El Progreso’, construida por Francisco Cantarero Martín, maestro de obras del Ayuntamiento de Nerja, en un antiguo tejar que había heredado de sus padres; Cantarero la poseía en 1886 y en ella no se fabricaba azúcar sino miel de caña, aunque posteriormente fue utilizada para la fabricación de otros productos. Se encontraba al final de la calle San Miguel, en un solar que actualmente está atravesado por la CN 340, en el entorno de la parada de autobuses, y de la misma no quedan restos.
La Maquinilla o fábrica de miel de caña RIFOL era en origen un molino harinero o molinillo denominado de Tabalones situado a orillas del río Chíllar, de cuyas aguas se alimentaba a través de la acequia del Pueblo. En las primeras décadas del siglo XIX fue adquirido por los propietarios del ingenio ‘San Antonio Abad’ y quedó unido al mismo formando una sola finca. En 1940, José Rico Nogueras poseyó el molino por herencia y lo aportó a la Compañía mercantil ‘Rico, Fossi y Cía, S.L.’ (RIFOL), siendo transformado en una maquinilla o molino de miel en el que se elaboraba la miel de caña RIFOL. Mantuvo su actividad hasta la década de 1970. Actualmente es propiedad municipal y parte de sus instalaciones son utilizadas por los servicios de mantenimiento.
De la fábrica de miel de caña se conservan los edificios que la conformaban, algunos de ellos en estado semirruinoso, como la nave de pailas, y la plaza en la que se amontonaba el bagazo, todo ello rodeado por la antigua cerca de albañilería, ocupando una cuarta parte, aproximadamente, del primitivo solar de la fábrica (el resto está ocupado por viviendas de pisos y el CEIP ‘Nueva Nerja’). Hay algunas construcciones añadidas de cronología imprecisa. Conserva en el interior señalización con avisos para la seguridad de los operarios y en la fachada principal, muy deteriorada, la inscripción con el nombre de la fábrica. La Junta de Gobierno municipal, recogiendo la propuesta que en su día presentó al Ayuntamiento la Asociación ‘La Volaera’, ha aprobado recientemente un proyecto para la estabilización de dos de sus fachadas; esta solución, que no puede ser la definitiva, podrá detener provisionalmente el peligro de derrumbe de los restos industriales hasta que la coyuntura económica permita abordar una rehabilitación integral. Sería deseable que el proyecto no se quedara en eso y se ejecute a la mayor brevedad.
Además de las azucareras de Nerja, en Maro Joaquín Pérez del Pulgar levantó, en 1879, la fábrica azucarera y alcoholera ‘San Joaquín’. Es tal la importancia de la fábrica, de las construcciones que tenía asociadas y del paisaje agroindustrial en que se encuentra que bien merece que le dediquemos en exclusiva la próxima entrega.
* Artículo publicado en la Clave de Nerja 2, marzo de 2015, pág. 13.
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